miércoles, 18 de agosto de 2010

TENGO EL AMOR DE DIOS, EL DE LA SANTÍSIMA VIRGEN Y EL DE MI MADRE.

EL amor de Dios y el de La Santísima Virgen los tendré siempre por mi fidelidad. Pero el de mi madre pobre de mí, el día que se vaya de mi vera, cuanta soledad entre los muros de las paredes de mi casa, cuanto vacío que no tendré con quién hablar, solo podré orar y oír el sonido del canto de la zumaya que oiré trinar desde lejos. Llegará la hora de almorzar y no tendré a quién ponerle la comida, ni la merienda, ni la cena. Ni podré sacar a pasear a que disfrute de la belleza del día que nos regala Dios. Ya que por desgracia no tengo otra clase de amor. Me conformare con ese amor de la belleza de la vida que Dios ha creado y me conformaré con recrearme en una planta que también es un ser vivo, también estaré más tiempo adorando al Santísimo Sacramento, ya que ya nadie me esperará para que le tenga la comida preparada, ni le tenga que dar medicinas, ni nada por el estilo, me recrearé más en mi forma de escribir, aunque no sirva para nada y nadie me lea y aunque la gente siga hablando de mi, todo me dará igual. Quizás me uniré más a los pobres, porque seré más pobre. Iré a comer a los comedores de los pobres, para no estar solo y compartir el pan y la comida con alguien. Aunque junto a la mesa sepa que estará junto a mí el amor de Dios y de La Santísima Virgen, porque de mi seres queridos espero muy poco, que cada día me lo demuestran en vida de mi madre con que cuando no esté en la vida que será de mi. Y de la gente pues con lo que veo en el día a día que los mismos vecinos viven cada uno sus vidas y no te preguntan si estás bien o mal. Y luego los ves en la Iglesia. Y el sacerdote hace sus homilías del Evangelio pero parece ser que la gente no oye o no pone atención al Evangelio a la palabra de Dios a la convivencia con el hermano al día a día. A mí nadie me pregunta por mi madre que como está de mi vecindad sabiendo que está enferma y que sale en silla de ruedas, a excepción de mí vecina de al lado de mi vivienda que es una mujer muy buena y todos los días recibimos su visita, y está un ratito con nosotros y las señoras de la pastoral de la parroquia que vienen un día a la semana a ver a mí madre, y se brindan para todo por si yo quiero salir a darme un paseo etc. Ahí sí que no tengo queja, y es que verdaderamente Dios nunca me abandona. Aunque yo a veces soy muy exigente, pero no es para menos. Cuanto tuvo que pasar Nuestro Señor Jesucristo llevando la Cruz al Calvario. Manuel Enríquez Becerra. Sevilla.