sábado, 20 de noviembre de 2010

" SEÑOR EN TU DEIDAD OCULTA ERES MI AMIGO. "

Cada día que pasa paladeo más Tú Deidad oculta en La Sagrada Custodia rodeada en esos momentos de Tú morada de lámparas encendidas que te alumbran, y rodeado de exqusito perfume de flores color rojo, como la sangre que sangrará por Tú cuerpo en Tu pasión, por venir al mundo a salvar a los hombres y a morir por ellos. Para que fuésemos salvados para la vida eterna. Me lo demuestras con ese amor que derrochas cuando hablamos, yo arrodillado ante tus pies de la mesa del altar. Y Tú Santísima Madre La Virgen Inmaculada siempre presidiendo los altares. Cómo primer Sagrario de la humanidad que fue donde te engendraste, por obra y gracia de La Divina Providencia que envió la gracia Divina del Espíritu Santo. Para que nacieras de una mujer, la mujer más humilde del pueblecito de Nazaret. Limpia y pura de todo pecado, de todas las mujeres pecadoras, para que fuese Tu Madre y Madre de todo ser humano. Según cuentan los Evangelios. Aquellos apóstoles que escribieron, como hoy en día lo hacen los periodistas. Las Sagradas escrituras de la vida del Mesías, a quién los primeros que lo adoraron fueron unos pastorcillos que estaban en el campo. Ya que fuiste tan humilde, que hasta para nacer lo fuiste. Naciste en un establo al calor del vaho de una mula y un buey, entre pajas en un pesebre, en mal estado sin calor, dando ejemplo de amor por parte de una Madre Virgen y un hombre desposado llamado José que acepto la voluntad del Padre para que La Virgen María fuese la escogida, para ser reina de un letanía del Santísimo Rosario. Como Madre de Rey de Reyes. Y todos los años, en lo que llamamos la fiesta de La Navidad. Señor Tú que todo lo puedes, Tú que eres compasivo y misericordioso, haznos la vida cada día más felices y haz que los que no sepamos echarnos las cosas a las espaldas. De ahora en adelante sepamos, pasar de quién no nos ama y tenga rencillas con nosotros, porque se haya enterado que haya habido un tiempo que hemos estado enfadados contigo. Pero Tú siempre nos estás esperándonos con los brazos abiertos, porque después nos arrepentimos, y encima te pedimos por esa persona que a lo mejor nos ha colgado el teléfono, o no, no los ha cogido; porque nos arrepentimos y Tú que eres compresivo y misericordioso y te compadeces de nosotros los humanos nos perdonas. Porque sabes que en el fondo somos ricos en amor y damos limosna a quién la necesita. Como cuando me la pudieron dar a mí cuando la necesite. Pero somos pecadores. Y estamos continuamente tentados por el maldito tentador como es el demonio. Yo tengo la conciencia muy tranquila que no hago tanto daño como alguien pueda creer de mí. Ya que estoy llevando la cruz a cuestas con mucha ilusión como la llevaste Tú al Calvario. Cuidando de mi querida madre de 83 años, y lo hago con gusto y disfruto de su ancianidad, de que la tengas en esta vida junto a mí después de dos ictus y un derrame cerebral. Cuando los médicos no daban crédito ya de ella. Señor no sé ya como agradecerte el reconocimiento y el amor tan grande que hay que tenerte. Ya que eres lo más grande que tenemos y en él que tenemos que confiar para la vida eterna. Cuando todos estemos en el Paraíso. Donde ya no habrá enfermedades, ya no habrá rencillas, todos seremos felices los unos con los otros. No existirá el dinero culpable de muchas cosas de las que pasan en esta vida. Ya me despido de Ti por está. Hasta otra carta que volvamos a hablar de la conmemoración que Cristo estuvo en el mundo para la salvación de los hombres. Manuel Enríquez Becerra. Sevilla